Dentro del arte se pueden encontrar muchos debates sobre la especulación y el beneficio que se produce, y el principado de Liechtestein ha añadido un peso más a la balanza. Su intención actual ha sido sacar los cuadros de arte a la venta en bolsa como si de una empresa se tratase. Ha comenzado con los cuadros de Francis Bacon, en concreto la obra de Tres estudios para un retrato de George Dyer; y él mismo ha explicado que quien compre acciones del cuadro no podrá tenerlo físicamente, pero que, debido a la revalorización del cuadro con los años, es de donde se podrá conseguir el beneficio. Además, bien explica que se podrá tener en posesión ciertos porcentajes del cuadro, es decir, dependiendo de las acciones que se compren, la persona será beneficiaria de una parte u otra. Las acciones se comenzaron a poner en venta el pasado 21 de julio a un precio de 100 dólares cada una. La verdadera intencionalidad de esto es que la familia real de Liechtenstein no pierda su patrimonio, puedan seguir disfrutando del valor estético de la obra y que obtengan beneficio monetario.
Ante esta nueva forma de prestación de los cuadros, han salido varios críticos a poner sobre la mesa cuáles son las incongruencias que ven en este sistema. Raymond Torres ha sido uno de los principales en hablar sobre ello en el artículo web de La Sexta, declarando varias cosas. Para empezar, sobre el beneficio a largo plazo de este sistema, aclara que los accionistas de primera ronda puede que sí obtengan beneficio, pero los posteriores tienen un interrogante, ya que la revalorización no garantiza la sustentación de los demás. ,Por tanto Torres afirma que la ganancia sería “muy limitada”. Otro experto en arte, Artur Ramón, director de la galería de arte Artur Ramón Art, afirma que todo este tema “tiene mucho que ver con la especulación, pero poco tiene que ver con el arte”, dejando entre ver un argumento en contra de esta nueva forma de compra-venta.
En definitiva, este caso solo deja ver cómo el arte, al involucrar una parte de emociones e historia, puede ser un arma de doble filo en cuanto a los negocios se refiere, ya que, una vez más, se demuestra que vale lo que la persona esté dispuesta a pagar por ello, y que realmente la revalorización no tendría sentido si la intención no estuviera ahí.